lunes, 20 de enero de 2014

No vi a Evidence, pero vi la muerte

Evidence
 Hace unos días, una amiga me dijo -te veo poco pero cada vez que te veo es como si hubiera pasado un siglo.- y esa frase me hizo pensar que tenía toda la razón. Apenas había pasado una semana desde que no la veía pero mi vida era ya completamente diferente a unos días antes. Es algo a lo que estoy acostumbrado: la actividad, el estrés, el frenesí, los cambios de planes, de humor, de sentimientos, de ideas, de ganas... todo eso va asociado a mi forma de ser, a la famosa ciclotimia que acompaña a mis épocas de insomnio o de más trabajo; pero en otras ocasiones parece haber una mano oscura, una mano showtrumánica que a veces me obliga a tomar caminos sin poder elegir, que hace que aparezcan sorpresas o escollos, que pone a las personas en el momento más adecuado o en el peor posible, y que me hace plantearme si no hay nadie mirando por una cámara y riéndose de mis desdichas...

 El sábado por la mañana amanecí en Granada. En el taller me habían advertido de que tuviera cuidado de ir con las ruedas tan gastadas con la lluvia, pero con mi audiolibro en podcast, paciencia y ganas, venía ya de vuelta para Málaga camino de South Urban a por las entradas del súper concierto que había esa noche, con Madchild, Evidence, 9thWonder, etc etc...

 A la altura de Loja estaba cayendo un aguacero importante, y me había quedado sin batería en el móvil, por lo que esperaba una salida a una gasolinera para comprar un cargador. Estaba adelantando a un turismo, a unos 115-120 km/h cuando escuché un ruido enorme en la parte derecha del coche. Yo pensaba que venía del coche al que estaba adelantando, pero de pronto mi coche se lanzó contra el suyo casi sin poder controlarlo a través del asfalto mojado. No sé cómo lo hice, ni cuántos segundos pasaron, pero no vi mi vida entera ni mucho menos, lo hice todo con una calma pasmosa, como si lo hiciera cada día. Lo primero fue una fracción de segundo en la que mi mirada se cruzó con la del otro conductor, mientras mi coche se giraba. Después sólo recuerdo tener el coche en horizontal, perpendicular a la autovía, y derrapando de lado. Recuerdo humo negro saliendo del neumático y que logré enderezarlo y sacarlo al arcén porque gracias a la suerte no venía nadie por detrás. Cualquier otra combinación de factores me hubiera matado sin duda. Cuando bajé del coche y vi lo que había pasado, no daba crédito. El neumático frontal había explotado por todos lados, prácticamente ni existía, y echaba humo como una fábrica.

 Mi desastre no había hecho más que comenzar, ya que no tenía batería, estaba en medio de la puta nada y encima la rueda de repuesto estaba increíblemente desinflada. Tardé unas tres horas en ir a una gasolinera, inflar la rueda, y ponérsela al coche, todo esto en medio de la autovía, a unos 5 grados y lloviendo de manera inmisericorde. En aquel momento, con el jersey empapado y cambiando la rueda al coche, sentí la mayor soledad que recuerdo. Ya no podría ir al concierto aunque de eso nadie se acordaría. Podría haber muerto allí mismo, y nadie sabría qué hacía en Granada. Me di cuenta de que aunque hubiera tenido saldo en el móvil, no hubiera sabido a quién llamar. Me he acostumbrado a vivir solo, independiente, a que nadie sepa dónde ando, con quién, qué pienso o qué siento, a vivir sin apoyarme en los demás, a que nadie dependa de mí. Me he acostumbrado a aislarme, a que los demás me vean aparecer pero sin echarme en falta. He educado a la gente que me quiere a no llamarme, a no molestarme, a respetar en exceso mi tiempo, mi intimidad.

 Y lo eché de menos. Eché de menos que me llamasen mis amigos y preguntasen dónde andaba, que se extrañasen de no verme. En ese momento comprendí que la independencia no siempre es una virtud, que es un arma de doble filo que puede volverse contra ti.

 Una lección que estuve apunto de no aprender.

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